El paisaje de Herce
La hermosura de muchos pequeños pueblos del Valle del Cidacos está en su paisaje. Para mí la auténtica belleza de Herce reside en el color de sus peñas rojas, tan rojizas que al mirarlas creo viajar hacia algún lugar lejano visto en las películas del oeste de mi infancia.
La hermosura de muchos pequeños pueblos del Valle del Cidacos está en su paisaje. Para mí la auténtica belleza de Herce reside en el color de sus peñas rojas, tan rojizas que al mirarlas creo viajar hacia algún lugar lejano visto en las películas del oeste de mi infancia.
Despiertan mi inquietud las grietas abiertas por el tiempo que parece están a punto de resquebrajar enormes rocas, pero todos mis temores se esfuman ante la espectacularidad de su color con la luz del atardecer en esta tarde lluviosa de invierno. Es una cita ineludible.
Mojadas, nevadas o con sol las cuevas y palomares de estas peñas forman un conjunto rupestre excavado en una gran farallón de arenisca y arcilla que no deja a nadie indiferente.
Todo el Valle desde Quel hasta Santa Eulalia está lleno y, a diario, personas de paso muestran su interés haciendo parada para fotografiar esa multitud de cuevas.
Los palomares tienen unas hornacinas y todo apunta a que siglos atrás muchas de ellas albergaron urnas funerarias de eremitas. Salas y pasadizos hacen de estas cuevas un sorprendente paisaje con vistas al pueblo y su entorno desde miradores naturales.
Podemos contemplar como los buitres leonados anidan en las paredes de estas peñas a la vista de cualquier paseante.
Otra alternativa es mirar bajo la serenidad de la noche la peña más grande de Herce que bautizaron como la Peña del Moro, deja viajar tu imaginación y mírala y descubre encantado, el rostro de un indio tallado en la roca.
Otra alternativa es mirar bajo la serenidad de la noche la peña más grande de Herce que bautizaron como la Peña del Moro, deja viajar tu imaginación y mírala y descubre encantado, el rostro de un indio tallado en la roca.