sábado, 3 de febrero de 2018

LA DANZA COMIENZA: DE FILADELFIA A BOSTON




El otoño llegó y con él uno de mis propósitos más deseados, los viajes, sus hazañas, sus ilusiones, el deambular por las cales, el disfrutar, el sorprenderme, en fin, todos esos placeres que me invaden de pies a cabeza con el dinamismo de las ciudades que voy a conocer: Boston y  Nueva York.

Me gusta la idea de hacer escala en Filadelfia, es la mayor ciudad del estado de Pensilvania. Momentos antes de aterrizar me llama la atención desde el avión la cantidad de casas adosadas, hileras de ellas y de construcciones preciosas, el rio y los canales con amplios entrantes de mar y con muchos pantanos a su lado. Son mareas de agua que me sorprenden muchísimo y me encantan. Filadelfia que significa “la ciudad del amor fraternal”, una  ciudad que habrá que visitar en otra ocasión.

De momento mi amiga y yo pasamos dos horas en el aeropuerto, ella leyendo historias y yo pensando en cómo contarlas, sumida en mi vida interior, observando a la gente en el ir y venir, fascinada y vital, recorriendo las tiendas del aeropuerto Dutty freee y mirando los souvenirs como en una danza compartida con todas esas personas, pensando tan sólo que yo soy la protagonista de mi libro, de mi historia. No me da tiempo de leer porque mis reflexiones son como un irrefrenable impulso abrumador que alimenta la pasión y satisfacción que me concede el placer de viajar y abrirme a ese mundo nuevo y americano.

Todo ello después de tomarnos ese café americano el primero  y el último, en un recipiente tan grande como las coca-colas, a unos 90º, aguado, flojo e imbebible y en el primer sorbo acaba en la papelera. Nos preguntamos dónde están nuestros cafés italianos, esos que nos enriquecen el ánimo, alma y espíritu. No tardaremos en descubrir los Starbucks, pero ahora sale nuestro avión a Boston.

Tengo muchísimas ganas de encontrarme con mi prima, una joven alta, guapa, simpatiquísima y arquitecta, con el brillante futuro laboral que le ofrece esa ciudad, aunque a veces el trabajo les absorbe, los sueldos son envidiables, pero muchas veces llegan a cansarse y agobiarse de la exigencia. Pero como en casi todos los trabajos y además mucho menos remunerados.

Me imaginaba la bienvenida cuando se abran las puertas de salida en el aeropuerto, mi prima y su novio americano con ojos negros que exhiben el brillo de la generosidad, mejor educación y la viveza de un hombre inteligente que es. Pensaba en esas personas que te esperan cuando se abren las puertas y te esperan con carteles “welcome Boston” and “love you”…pero no…

Hay que añadir que al hacer escala en Filadelfia ya no veníamos en un vuelo transcontinental y directamente nos plantaron cogiendo las maletas en una cinta cerca de la puerta de salida a la calle. Salimos y solo un señor con un cartelito buscando una persona que no era yo…

Finalmente ahí mi nombre, me di la vuelta y me encontré la dulzura y alegría en el rostro de mi prima. En segundos recordó sus escasos ocho días de vida, era una niña preciosa de ojos azules, ahora es una mujer de 35 años igual de guapa, con poderosa vitalidad y valiente ante este mundo tan lejos de casa.

Nos alargaron el recorrido a casa para disfrutar del primer contacto nocturno con la ciudad, simplemente precioso, tanta luz en los edificios parecían luciérnagas diminutas, me parecía estar en un sueño viendo aquel escenario aquella ciudad de las más antiguas de Estados Unidos, además de ser la más grande del estado de Massachusets. Cruzamos el rio Charles y por céntricas y grandes calles llegamos a Cambridge, hogar de acogida hospitalaria de mi prima y su novio.


El apartamento es romántico y adorable, cálido, con un enmoquetado agradable y limpísimo al igual que el gran ventanal. Dispusimos la mesa para la cena y entre el cansancio, el estómago lleno, el vino y la conversación, dimos las buenas noches a nuestros anfitriones.

El primer día despertamos muy pronto, debíamos estar con el jet-lag y para espabilar a los dormilones puse la canción de Frank Sinatra “Fly me to the Moon”, no hay mejor forma de sentir el lugar en el que estamos.

-HARVARD-


Nuestra primera visita fue a la universidad de Harvard y el campus. Personas de gran nivel y de todas partes del mundo estudian allí. Se respira cultura, educación, belleza, mucha belleza porque es el mes de noviembre, las hojas de los arces del campus cambian de color y el espectáculo es auténtico, admirable y mágico. La otoñada de más colorido y seducción que haya visto nunca ¡¡hermosísimo!!

Los jardines están rodeados de edificios, la Universita Hall y la famosa estatua de John Harvard, rodeada de estudiantes y turistas haciéndose fotos. Vimos la biblioteca principal, las Wineder Library. El resto de edificios son colegios mayores y la Tercentenary Theatre, que es el lugar dónde hacen las ceremonias de graduación.

No sé decir el tiempo que había pasado desde el desayuno pero ya estábamos dispuestos a recuperar fuerzas con un tentempié, le “brunch”. Emocionada y encantada en aquel local repleto de gente. Los mostradores y estanterías eran como una magnífica obra de arte, los dulces y bollería diversa con un aspecto impecable, nos enamoraban sólo de verlas, pero el brunch no es un desayuno habitual, se puede comer huevos, salchichas, tocino, bollos, frutas, carne, marisco, sopas, tostadas, chocolate, tortitas y en fin todo un mundo gastronómico y calórico porque aunque existe el brunch vegetariano doy fe de  que de momento ninguna mesa tenía ese menú. Nos costó decidir entre tanta pasión culinaria y finalmente optamos por un gran cruasán con huevo frito y ensalada, un sándwich con pollo, beicon y un par de cosas más desconocidas al paladar acompañado de zumo, café, tostadas con mermelada de arándanos. Y como no alguna exquisitez dulce.


Bien de proteínas compartidas en una buena mesa, de ambiente animado, delicioso, elegante, el menú vegetariano tendría que esperar y para el bloody  Mary tampoco nos pareció que fuera la hora apropiada.

Dejamos Cambridge para pasear por Charles Street, una de las calles principales de Boston, la preferida de mi prima y no es extraño porque tiene su misma clase. Las casas y los edificios son preciosos y encantadores, cuando pensaba en esta ciudad no la imaginaba tan refinada, tan bonita, tan distinguida, tiene un aire de seducción y una limpieza esmeradísima.

Paseamos por el Public Garden, hasta el Boston Common, uno de los parques más frecuentados y  que está lleno de personas haciendo footing, la gente de este país tiene una afición enorme a este deporte. Hay una laguna que divide en dos el parque y mi prima nos explica como en invierno lo ha cruzado caminando por la espesa capa de hielo. Es un jardín público precioso, lleno de ardillas comilonas que encandilan y atraen la mirada de todos, varios senderos con sauces enormes, palomas, gorriones y entre ese paseo te sorprenden los majestuosos rascacielos. El cielo es azul y no  paro de hacer fotos, es una invitación de la vida a disfrutar de esa maravilla natural en pleno corazón de Boston.


Llegamos al 84 Street Hill, ahí está el bar donde se rodó la serie “ Cheers” una comedia con mucho éxito de audiencia que consiguió 28 premios EMMY. Nos dimos una vuelta por el bar con mucho ambiente y por supuesto visitamos la carísima tienda de souvenirs de la serie rememorando así los días de la tele y en mi cabeza sonaba la canción de la banda sonora que dice algo así “es hora de vivir en este bar, donde la gente se divierte y encuentra amigos de verdad, es tu familia,…” y de la mano de la mía, prima y novio, continuamos aquel agradable descubrimiento de ciudad.

Hicimos una parada en el Massachusets State House que es la sede del gobierno y se le reconoce por su cúpula dorada. Las vistas son preciosas al Boston Common y al elegante barrio de Beacon Hill.


Ahí mismo cogimos el recorrido del Freedom Trail (sendero de la Libertad de Boston) es una línea de ladrillo rojo peatonal que pasa por el centro de la ciudad y una manera fácil de visitarla y ver los monumentos importantes pero nosotras seguimos los pasos de nuestros cariñosos anfitriones y mayor sorpresa fue encontrar un cementerio al lado de esas moles de edificios, es el Old Granary Burying. Lugar donde reposan algunos de los héroes bostonianos. La ventaja de hacer la visita con la familia es que te enseñan lugares como el edificio en que que se rodó otra serie “Ally Mcbeal” me encantaba esa serie porque Ally expresaba sus sentimientos a través de las canciones de Vonda Shepard y yo me veo muy reflejada en esa música y esos ritmos y como en una peli, estábamos en un pub cercano de estilo irlandés y disfrutamos de unas cervezas con esta canción de Vonda “This old heart of mine” ¡No podíamos estar más a gusto!

Recorrimos todo el encantador barrio de Beacon Hill, es un barrio pequeño que enamora con sus calles adoquinadas, preciosas casas adosadas y las entradas que están iluminadas por farolas de luz de gas. Los árboles cerrados por vallas de metal, las fachadas con hileras trepadoras altísimas, cafés con pequeñas puertas y coquetas terrazas, jardines y escaleras de acceso a las casas repletas de calabazas por la pasada celebración de Halloween que las mantienen hasta la Navidad.

Hay comercios antiguos pero elegantes con los escaparates y los cristales limpísimos, calles tranquilas, estrechas llenas de hojas otoñales, encantadoras y, mientras mi prima y su novio saludan a un amigo griego “Jai” mi amiga y yo nos hacemos fotos en la bonita y decorada escalera de una de las casas del barrio. El sol se escondía tímidamente y nosotros ya conocíamos la mitad de la ciudad.

Tiendas de todo tipo, hoteles y bares preciosos, tendencia de moda, pero aun  con todo eso se respira una sensación de ciudad tranquila. Hacemos parada en un local grande y muy luminoso para comer una hamburguesa y una ración de patatas fritas. El lugar debía ser muy conocido porque estaba a rebosar. Sin duda la agudeza del novio de mi prima sabía dónde nos tenía que llevar.


El Old State House es la casa en la cual se leyó por primera vez en público la Declaración de independencia. Nos reímos muchísimo por los personajes que van vestidos a la moda de la época, así como en  1.700, ahí estaba yo, con pluma en mano y sombrero en la cabeza ataviada para la foto cómica, desternillada de risa.

Llegamos al Mercado de Quincy, un lugar muy turístico, precioso, vibrante, la calles está repleta de artistas callejeros que animan el ambiente y lo recorremos impresionadas, husmeando cada puesto a nuestro paso. Bogavantes, langostas, camarones, ostras se exhiben en los mostradores a pocos pasos del puerto. Ensaladas, pizzas, helados, sándwiches, las dichosas sopas asiáticas con larguísimos fideos y las tiendas del exterior, hacen que sea un lugar bullicioso y lleno de energía y el espacio ideal para distraerse, comer o comprar. La próxima vez comeremos un bocata de langosta…

En pocos metros nos encontramos en pleno océano Atlántico, ya estábamos en el puerto dando un tranquilo paseo por el muelle con bonitos embarcaderos donde salen ferris para los avistamientos de las ballenas y para ir a las islas. Está repleto de buenos restaurantes y con unas bonitas vistas sobre el Downtown de Boston. Sin duda es una ciudad muy bonita para visitar en cualquier época del año, ver las ballenas y las Long Islands en verano.

Caminando por el Freedom Trail atravesamos una placita con la estatua ecuestre creo que de Paul Riviere y vemos de fondo la torre blanca de la iglesia The Old North Church, la más antigua de la ciudad. Es como un viaje en el pasado, como ver una película cargada de historia, en ella se hizo la primera gran declaración pública contra la esclavitud. Pudimos hacer muchas fotos sentadas en aquellos cubículos cerrados, arrepintiéndonos de nuestros pecados con libro en mano. ¡¡Sorprendente!!


Continuamos por esas calles viendo cosas relacionadas con la Revolución Americana, sin duda maravilloso para quienes nos gusta la historia.

Prosigue el recorrido por North End o el Little Italy, me encanta el aroma a comida italiana que sale de los restaurantes. Otro barrio maravilloso y como más europeo. Aquí hay dos de las mejores pastelerías de la ciudad y nuestros guías no quieren que perdamos detalle y nos acercan a ver Mills, la fila es larguísima porque la gente compra tanto para comer allí como para llevarse a casa.

Pasamos por la casa de Paul Riviere, es el edificio más antiguo de Boston, los turistas estábamos disfrutando del mismo recorrido.

Nos sentamos en una cafetería muy bonita, Caffe Paradisso, el lugar ideal para saborear un buen expreso, un gelato de nube y un delicioso canoli siciliano. En mitad de la gran ciudad una pequeña, Gran Italia, que nosotros tenemos tan apegada al corazón, más aún cuando la decoración está enmarcada en murales grandes de la Costa Amalfitana por la que nosotras hemos viajado y disfrutado tanto. Suena  la música evocadora “volare…Cantare…” Cada espacio una canción apropiada y como Ally Mcbeal, la música vuelve a ser protagonista de la banda sonora de mi vida.

Llegó la noche y refresca, hemos viajado entre historia, escenarios de películas, hemos comido y reído, hemos hecho fotos y nos hemos fascinado en cada visión. Y lo mejor hemos disfrutado de las atenciones generosas y cariñosas de mis primos. El taxi nos acerca a Cambridge, se hizo la hora de la cena. Bajamos las escaleras del restaurante en el que habíamos hecho reserva. Era grande y estaba a rebosar, mientras esperamos a mesa, veo pasar delante de mí enormes raciones de algo que no sé que es, pero tampoco lo adivino porque los platos están cubiertos con muchas patatas fritas. Nosotros cenamos estupendamente al lado del escenario y con música en directo. Me notaba feliz, no podía estar mejor acompañada en esos momentos.

Nuestros pasos nos llevaron casa y al acostarnos recibimos las amenazas cariñosas de nuestra hospitalaria pareja para que no nos despertemos antes de las 8 de la mañana. Ya se sabe el Jet-lag.

Continuará...


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